El folclore del siglo XXI son las redes sociales como construcción de la comunidad y el sentido de pertenencia. La cultura de la inmediatez como alimento emocional y social. La distancia social como delimitación espacial y de roles en el sistema. Los emojis como códigos de un lenguaje jeroglífico, práctico y austero. Los likes como reafirmación identitaria y política (muy poco o nada anárquica) del individuo aceptado por la comunidad. Tik tok será el archivo del repertorio de las danzas tradicionales del futuro, Twitter símil de las antiguas corrandas e instagram  el testamento y la doctrina en cuánto a cánones de belleza.
La antropología del siglo XXI se leerá en los algoritmos de éstas y otras redes sociales. La temporalidad de las ‘cosas’ será tan etérea y veloz que apenas nos dará tiempo de valorar las ‘cosas’ que duren poco más de un minuto, porque tenemos el cerebro saturado de inputs.
Esto no es un llamado al pesimismo, es un llamado al cambio de creencias. El folclore es trascendental porque es la suma de todo lo que hemos convertido en tradición, política y casi doctrina, y todo ello, por defecto, nos trasciende. Lo bueno es que eso establece referentes. Lo bueno es que eso establece un punto de origen. Lo bueno es que eso es transformable y mutable, siempre. Lo bueno del folclore del siglo XXI es que ha explotado y que estamos trascendiendo, en esencia, el punto de origen y la transformación de códigos y símbolos, de comunidad, aceptación, pertenencia y política, de creencias y doctrinas, de alimento, labores y ropajes, y por supuesto de la antropología. Porque el punto de origen de todo folclore es la célula y es el átomo.

A.
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Universo de un cuerpo danzante.

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