Por si el ruido que hay en mi cabeza no fuera suficiente, le pongo palillo y cuerda, para al menos así ordenarlo entre silencio, planta, rodilla y cadera.
Le pongo oreja y metro por metro cuadrado le digo al toque que despierte estas ganas mías de explotar en pedazos, y aunque los simultáneos y alternados me enraizan más si cabe, los posticeos me sugieren que coja aire, y salto.

Un cuadrado es algo que se puede volver redondo, desde mi parecer dancístico aflamencado. Y algo redondo puede ser algo cuadrado: es cuestión de ponerle puntos de fuga a una redonda.

El palillo es una redonda cuadrada, y es un punto de fuga. Para ser más exactos son dos puntos de fuga que conectan tradición y vanguardia, como si fueran dimensiones transversales y paralelas a la vez, y es por eso que me escapo de este mundo a través de estas orejas de madera y cuerda. Y es por eso que le doy cuerda al 3 y al 7, y al dedo corazón, y es por eso que la carretilla y el cinquillo me sirven de ‘pies para que os quiero’.

El palillo es al punto de fuga lo que mis pies son a mis ganas de correr.

A.

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