Un país de pandeireta quisiéramos tener. Un país de caos y orden a la vez, de memoria, de huella, de lengua y lenguas, de trajes y puntos y punteada tejidos en los ritmos ternarios que albergan los rincones de este país de miradas, conquistas, hierro, madera, piel, pelo y soniquete.

Lo queremos y lo veneramos, sin reniego ni hastío. Queremos recordar siempre, y transformar más que siempre.

Un país de pandeireta que despierta, que celebra por bulerías, por muiñeira o por jota aragonesa, por charro o por cants de batre. Amb gitanes, postisses, balls de bot y txalaparta, y todo lo que no nombro aquí pero que la memoria ya se encarga de mantener vivo, vibrante y salvaje, como los verdiales.
Celebro este país de pandeireta como se merece: con la mano sobre la piel y el salto sobrevolando la danza elegantemente instintiva pagano-cristiana-gitana-judía-árabe-íbero-celta, y todo lo que aquí no nombro.

El rito más grande al que se le puede rendir culto es aquél que sólo entiende de esencia, de pulso y estallido, aquél que cuenta los días y las gentes que construyen nuestras creencias y pieles que más tarde mutamos y transmutamos, [mutaremos y transmutaremos].

Recuerda: estamos rindiendo culto, pero sin aferrarnos. El saber popular podrá transformarse, y deformarse, y desfasarse (es lícito, cíclico y justo), sin embargo de la memoria nadie escapa ni en esencia ni ADN: sólo basta una pandeireta para darnos un suspiro de identidad.

[Si no le rindes homenaje y rito a lo que está debajo de los pies y lo que tienes en entre tus manos, ¿a qué sino?]

No esperes que los ojos que están lejos del colectivo observe con los mismos lentes, y ni mucho menos con los mismos poros: ESO NO INTERESA. Un país de pandeireta despierto tiene mucha ferreña, muchos armónicos, mucho caos y mucha luz, y ESO NO INTERESA. Reconocer tus memorias y las memorias de aquello que es parte de nuestras memorias, es reconocer el poder y la libertad que tenemos, y todos los fractales que las conforman. Pero de nuevo: ESO NO INTERESA a aquellos a los que nombramos en tercera persona, aquellos que observan de lejos pero que no se atreven a meterse en una buena foliada.

Qué viva la tierra que pisemos siempre y que así lo cuenten nuestras letras y nuestro gesto danzado. Reconozcamos y pidamos, hoy y ya, por lo que otros veneran más allá de Iberia desde hace años.
Puedo decir, con pandeireta en mano, que lo sembrado ya aprieta la tierra.

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Universo de un cuerpo danzante.

 

A.

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